Sí, los que me
conocéis lo sabéis, soy una nostálgica (y creo que eso no tiene mucho que ver
con que sea historiadora). No me gustan los cambios, me producen inseguridad.
Prefiero conocer bien el espacio en el que me muevo, ir a tomarme un café y
charlar con el camarero al que, probablemente, conozca desde hace años, ir a la
panadería y preguntar a la panadera cómo le va el día, ir a la biblioteca y
comentar con la bibliotecaria el último libro que ha salido sobre mi tema de
investigación y que la Universidad no ha tenido a bien comprar aún. Me gustan
esos pequeños placeres aunque en el mundo que vivimos hoy sean espacios tan
históricos como con los que trabajamos en nuestras Tesis Doctorales. Y digo
esto después de haber hecho mi primera visita al CRAI (Centro de recursos para el Aprendizaje y la Investigación), que para los que no lo
sepan, es la nueva biblioteca de nuestra Universidad, destinada a albergar
todos nuestros libros (Filosofía y Letras, Filología, Derecho, Económicas, y
por lo que he visto, también Arquitectura).
El espacio está bien, una
macrobiblioteca al más puro estilo americano (me recuerda mucho a algunas
bibliotecas que he visto durante mis estancias de investigación), hay amplitud,
mesas de sobra, lugares para el trabajo en grupo… Lo que me faltan son libros
que se pierden en la magnanimidad del edificio, entre el hormigón y sus
impolutas paredes blancas… Quienes han conocido el depósito de la biblioteca de
la facultad de Filosofía y Letras sabrán de lo que hablo, estábamos
acostumbrados a un espacio pequeño (casi familiar) en el que los libros eran el
elemento predominante, aprovechando cada resquicio que dejaba aquel antiguo
comedor para albergar letras y más letras. Puede que el espacio no fuera el
adecuado pero para mí era la representación de una biblioteca de una facultad
de Historia, estaba en mi imaginario y creo que en el de todos los que alguna
vez trabajamos o estudiamos allí. Por eso no puedo evitar sentir nostalgia,
porque echo de menos hasta el olor a palomar que había en aquel reducido
espacio. Hoy, trabajo en una gran biblioteca, sí, pero siento que es un espacio
deshumanizado, en el que se aprovecha muy poco la abundante luz natural y a pesar de estar lleno de ventanas tienen que utilizar un sistema de ventilación y aire acondicionado, en el que para hablar con el bibliotecario tengo que ir a
buscarle y en el que probablemente para sacar los libros que necesito acuda a
las máquinas que han puesto en la entrada… Muy moderno, sí, pero prefería el olor a palomar, los libros amontonados pero sabiamente colocados y las signaturas antiguas que tanto me había
costado aprender, no era tan grandilocuente pero lo sentía más humano, más biblioteca, en definitiva.